¿Cuántas veces puedes hacerte la misma pregunta en un día? ¿Cuántas veces puedes prometerte a ti misma que vas a cambiar? Sin darte cuenta pasan los años y te encuentras secuestrada por los viejos miedos que ahora son los dueños de tu vida. Son las 12 de la noche, no puedo dejar de mirar a mi madre, duerme plácidamente en el sofá emitiendo un molesto ruido que agrava, si aún es posible, mi estado de desesperación. Su pelo gris me recuerda la urgencia que tiene la juventud, ella, ataviada con tres delantales y dos medias de compresión fuerte parece más libre que yo.
Mis manos, ajadas ya de vender estúpidos robots de cocina a domicilio, no pueden dejar de repasar mi contorno, ¿cuándo me perdí en esta masa de kilos sin sentido? Me siento realmente ridícula en el papel de la afable solterona que se conforma con una tele grande y una buena cena. Necesito intimidad, necesito aprender a volar sola, quizá esta sea la última oportunidad, me siento tremendamente egoísta pero ha llegado el momento.
Hace un rato que estoy sentada en un portal, en una bolsa de deporte llevo mis 2 mejores vestidos y algo de dinero suelto. No dejo de imaginar que es lo que hará mi madre al despertar y no encontrarme en casa, quizá piense que me levanté pronto para trabajar, pero cuando falte en la comida estará muy preocupada, así que utilizará el móvil, que casi entiende mejor que yo, y no parará hasta localizarme.
La noche es muy cerrada y no hay nadie por la calle, salvo dos vagabundos que duermen dentro del cajero, estoy tan aburrida que ya no tengo miedo, espero sentada en la parada del autobús, las personas sentadas en una parada de autobús no tienen tanta necesidad de estar locas, como las que esperan sentadas en las escalerillas de su propio portal.
Un autobús nocturno acaba de pasar, para no fingir que me senté ahí por casualidad, me he montado, he conseguido un sitio de ventanilla, no hay nadie a mi lado, gracias a dios. Las luces del centro de la ciudad empiezan a animarme y tengo ganas de bailar, pero tampoco sabría de que manera, así que solo imagino que bailo con un esbelto galán, como los de las novelas… El galán ha desaparecido de mi imaginación. La última parada del autobús me obliga a bajarme, estoy en el centro de la ciudad, las calles están repletas de gente joven, prefería sin lugar a dudas la soledad de mi barrio…
Comentarios
...Al leer esta historia se me ha venido en mente "À bout de souffle". No sé por qué. Aunque para ello tendría que imaginármela a usted con pelo corto a lo yé-yé, en blanco y negro y huyendo de algo...
...Bonita huida la de Antonia, con sus dos mejores vestidos, perdiéndose entre las calles del centro y deseando la tranquilidad de su barrio...
...Un besote bactérico ;-)...
Gracias por tus visitas ;)
un beso (sólo de bacterias beneficiosas)