Calcetines blancos

Cuando era pequeña, no flipaba con bolsas de plástico que bailaban al son de remolinos de viento otoñales. Tampoco me cautivaba el minimalismo del paisaje que veía desde mi ventana.
Cuando era pequeña tan sólo quería ser una más, tener un par de amigas por si algún día una de ellas estaba enferma y que alguno de los chicos se fijara en mí.
Mis gustos musicales no salían de la horma, imitaba a los cantantes de moda y pensaba que cantaba bien, cuando me ponía el walkman y me escuchaba a mí misma. Las preguntas existenciales puede que me atormentaran un poco más que al resto..., en ocasiones sentía que el mundo no tenía sentido, que quien era yo, y de qué extraña forma había llegado aquella habitación, pero la merienda o una de mis series favoritas, conseguían construir de golpe los pilares de mi existencia.
El primer día en mi nuevo colegio, los únicos calcetines blancos de toda la clase estaban en mis pies, iba uniformada a la perfección salvo ese pequeño detalle. Tiempo después alguien me explicó la norma de oro sobre calcetines blancos y zapatos negros.
El momento más revelador de aquellos años fue cuando descubrí que un maestro es un ser que no tiene la verdad absoluta, desde ese momento me consideré entrada en la etapa adulta.
En aquellos años el hilo curaba todas las heridas. La primera vez que monté en bici metí el pie en el radio, en más de una ocasión me abrí la cabeza y uno de mis dedos estuvo unos minutos sin su parte superior.
Cuando era pequeña no necesitaba estudiar carrera, ni máster, ni grados, ni doctorados para desempeñar altos cargos, en la parte trasera del patio era fácil encontrar trabajo sin darse de alta en la seguridad social.
Cuando era pequeña pensaba que al cumplir los venti-alguno sería mayor…