Mientras escuchaba a aquel joven, ya algo maduro, no pudo evitar juzgar sus palabras. El estrecho sofá que los sostenía y la oscuridad colorida del local, se convirtieron en el escenario perfecto. Él, sin pudor alguno, decidió aclarar toda la verdad de sus intenciones. Convencida pues de que sus palabras resultarían halagadoras, cruzó sus piernas.
Mientras este reflexionaba sobre la transición de los 20 a los 30 años. No dejaba de repetir que las puertas cerradas por la estúpida concepción de la toma de responsabilidad, han de derribarse. Tampoco olvidó mencionar el fugaz paso del tiempo y el peso de las cosas que se dejan sin hacer. Hasta ese momento, el discurso de pureta consagrado seguía su curso habitual.
-Voy a ser padre.
De pronto el sofá parecía más ancho, había aumentado la barrera imaginaria que se habían marcado. Él se sorprendió de la pueril actitud de ella.
-Mi novia no está aquí, nosotros tenemos una relación abierta. No se puede negar a nadie el derecho a la libertad, el instinto, has de saber que las posesiones no son buenas.
Atónita por la sinceridad del futuro padre, imaginaba qué se puede sentir, si delante de uno, su pareja da rienda suelta a su libertad e instinto. Le parecía tan desgarrador que se lo planteó a él. La relatividad se hizo dueña de la conversación, como ella esperaba, ocultarse era parte de su natural e instintiva teoría.
Le dolía que hubiese omitido toda esta información hasta el final. De ningún modo ella podía adaptarse a ese juego, ni con él ni con nadie, pero a la vez sentía que quizá su visión le situaba por encima, al fin y al cabo, él era capaz de anular sentimientos realmente dolorosos para ella. No pudo evitar verlo como una figura dominante escondida entre las montañas de basura en las que todos nadan.
El silencio se hizo incómodo, ella se sintió forzada a emitir un juicio final.
-Te acabará comiendo tu propia mierda.
Risueña extendió su mano, él, aparentemente dolido por el juicio gratuito, dio media vuelta. Puede que en busca de otra ella o no.
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