el portero


Para Luis los días transcurrían limpiando las hojas, poniendo la ruinosa alfombra de la entrada, despejando el polen de la puerta y refrescando los suelos con agua cuando el calor apretaba, esto en sus escasos tiempos laborales el resto del tiempo escuchaba la radio, fumaba sin estilo pero con ansia, y leía, leía todo lo a sus manos llegaba, que por extrañas leyes físicas, eran siempre los periódicos deportivos, en los que la última página pasaba desapercibida para él. Se podía decir que buscaba otro tipo de placeres, sensaciones que perseguía desde niño y que la azarosa vida no le había concedido, siempre de algún modo se sintió encerrado por barreras invisibles, absurdos impedimentos lejos de la lógica. Pero eso nadie lo sabía, reprimía cualquier síntoma de mostrar sus carencias emocionales.
Luis vivía en el mismo bloque en el que trabajaba, en una especie de sótano habilitado, la ventilación era escasa, y la asfixiante carga que suponían su esposa y sus dos hijos para él, hacían que el estrecho pasillo que comunicaba las viviendas con el patio, tuviera un olor insoportable, rancio e inquietante.

Los domingos no deberían considerarse como día de descanso, o al menos eso pensaba Luis. Para él no era más que la cuenta atrás para la recogida de la basura acumulada en el fin de semana. Le resultaba una tarea insoportable, y nada estimulante, aunque había conseguido atenuar el trabajo al contar con la ayuda de su hijo, al que poco a poco habituaba a sus tareas.
En el intermedio de uno de los partidos, al llegar las 8 de la tarde, sin reclamar a su hijo, salió de su casa tomó el ascensor y piso por piso fue cargando los cubetos.
Con extrema discreción y de manera superficial examinó el contenido de las bolsas de sus vecinos, nunca había experimentado tanta excitación ante la basura, se asombraba cada vez que el número del ascensor descendía una unidad, y se ruborizaba cuando una puerta crujía o traspasaban voces de las aparentemente sosegadas viviendas.
Aunque creía nuevas para él esas sensaciones, no lo eran. Si bien, era cierto que estaban enterradas entre sus desdichas pero no sospechaba, que fueran la causa irrefutable de su peculiar comportamiento, indefinible para él, aun menos para los que lo rodeaban.
Acabó la recogida, salió, fumó un cigarrillo y a la par que el humo salía de su boca lo hacían también sus pequeñas dosis de imaginación e ingenuidad.

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