Sabía cuáles eran sus límites, admitía algunas de sus virtudes, veía muy claras las limitaciones ajenas, y a pesar de su tortuosa inseguridad sabía que podía estar a la altura de cualquier situación, tenía una fe ciega en su sentido común.
Al acostarse, se cercioraba de que la puerta de la casa quedara bien cerrada, lo menos lo comprobaba 5 veces, era una especie de ritual.
Las mañanas avanzaban a velocidades astronómicas. Nunca tenía tiempo para ordenar sus cosas. La cama pasaba toda la semana revuelta; Aunque al acostarse, cuando experimentaba la desagradable sensación de las sabanas arrugadas en sus pies, se prometía que la siguiente noche sería distinto.
Su aparente caos era mucho más que eso; era un estilo de vida, una especie de filosofía moderna, que llevaba al pie de la letra. Nunca realizaba un esfuerzo fuera de lo normal para cumplir sus propósitos, era una forma de huir de la decepción. No esperaba nada de los momentos, pero, al mismo tiempo, necesitaba la sucesión de nuevas vivencias. No se concentraba en lo que hacía instantáneamente y miraba al futuro próximo con tristeza y pesimismo.
En su cabeza tenía muy bien estructurado como le gustaría ser, las cosas que nunca hizo por su auto-limitación, y los tipos de personas de los que desearía estar rodeada.
Cualquier frase que abandonara su boca debía pasar antes un vasto control de calidad, que se realizaba en nanosegundos. Sabía las reacciones que provocaría en su contertulio y cual sería su siguiente argumento. Esta personalidad fría, controladora y con propósitos de liderazgo, se hallaba oculta bajo una capa pesimista, con escaso amor propio, que le dotaban de un aspecto vulnerable y entrañable para el resto. Su doble perspectiva le causaba a menudo conflictos internos. Por un lado se percataba de la hipocresía que le rodeaba, pero, al mismo tiempo se empapaba de ella. En muchas situaciones estas segmentaciones internas le llevaban hasta la locura. Sentía impulsos irrefrenables de propinar un buen bofetón, de chillar o incluso de lanzarse a las vías del metro. Pero todo ello, pensaba, formaría parte del loco que todos llevamos dentro...
Al acostarse, se cercioraba de que la puerta de la casa quedara bien cerrada, lo menos lo comprobaba 5 veces, era una especie de ritual.
Las mañanas avanzaban a velocidades astronómicas. Nunca tenía tiempo para ordenar sus cosas. La cama pasaba toda la semana revuelta; Aunque al acostarse, cuando experimentaba la desagradable sensación de las sabanas arrugadas en sus pies, se prometía que la siguiente noche sería distinto.
Su aparente caos era mucho más que eso; era un estilo de vida, una especie de filosofía moderna, que llevaba al pie de la letra. Nunca realizaba un esfuerzo fuera de lo normal para cumplir sus propósitos, era una forma de huir de la decepción. No esperaba nada de los momentos, pero, al mismo tiempo, necesitaba la sucesión de nuevas vivencias. No se concentraba en lo que hacía instantáneamente y miraba al futuro próximo con tristeza y pesimismo.
En su cabeza tenía muy bien estructurado como le gustaría ser, las cosas que nunca hizo por su auto-limitación, y los tipos de personas de los que desearía estar rodeada.
Cualquier frase que abandonara su boca debía pasar antes un vasto control de calidad, que se realizaba en nanosegundos. Sabía las reacciones que provocaría en su contertulio y cual sería su siguiente argumento. Esta personalidad fría, controladora y con propósitos de liderazgo, se hallaba oculta bajo una capa pesimista, con escaso amor propio, que le dotaban de un aspecto vulnerable y entrañable para el resto. Su doble perspectiva le causaba a menudo conflictos internos. Por un lado se percataba de la hipocresía que le rodeaba, pero, al mismo tiempo se empapaba de ella. En muchas situaciones estas segmentaciones internas le llevaban hasta la locura. Sentía impulsos irrefrenables de propinar un buen bofetón, de chillar o incluso de lanzarse a las vías del metro. Pero todo ello, pensaba, formaría parte del loco que todos llevamos dentro...
Comentarios