En cuestión de segundos la música era capaz de transformar su estado de ánimo. En esa mañana había sido víctima de una profunda depresión, una notable alegría y una indiferencia desgarradora. Sin embargo no exteriorizaba ninguna de sus emociones.
A menudo pensaba que sus sentimientos eran tan fuertes, que si los mostraba perderían parte de su pureza y autenticidad. Quizá esa actitud altiva, distante y su hermetismo sobredimensionado. Atrajeron a Sandra. Cada mañana antes de sentarse en su puesto pasaba por su lado. Le daba los buenos días y esperaba unos segundos. En ese pequeño instante apreciaba su olor y en vano esperaba una respuesta amable.
Esos segundos vitales para Sandra, eran vacíos para él. Segundos en los que no podía concentrarse en sus emociones más inmediatas. Aguantaba la respiración de forma que, al volver a la soledad de su pantalla, su suspiro era aún más liberador.
Voy por un café, dijo Sandra, él olvidándose por un momento de su complejidad sentimental, pidió uno solo y por favor. Volvió a su trabajo, la jefa había salido así que aprovechó para ponerse los cascos.
Sería su nuevo peinado o el comienzo de la primavera, Sandra no dejaba de pensar que esta vez le había mirado. Atolondrada por su éxito cruzó la calle.
La gente de la oficina se había agolpado en la ventana. Se acercó a mirar, apenas se veía lo que estaba pasando. Salió a la calle movido por una morbosidad enfermiza. Allí con el café derramado en su vestido y una leve sonrisa en su cara desfigurada, Sandra era objeto de inútiles reanimaciones.
Al verla se fijó en su nuevo peinado, lástima era una chica demasiado joven para morir. Los pensamientos se agolpaban de nuevo en su cabeza, lo efímero, la incertidumbre, el abandono, la tristeza, la emoción…
A menudo pensaba que sus sentimientos eran tan fuertes, que si los mostraba perderían parte de su pureza y autenticidad. Quizá esa actitud altiva, distante y su hermetismo sobredimensionado. Atrajeron a Sandra. Cada mañana antes de sentarse en su puesto pasaba por su lado. Le daba los buenos días y esperaba unos segundos. En ese pequeño instante apreciaba su olor y en vano esperaba una respuesta amable.
Esos segundos vitales para Sandra, eran vacíos para él. Segundos en los que no podía concentrarse en sus emociones más inmediatas. Aguantaba la respiración de forma que, al volver a la soledad de su pantalla, su suspiro era aún más liberador.
Voy por un café, dijo Sandra, él olvidándose por un momento de su complejidad sentimental, pidió uno solo y por favor. Volvió a su trabajo, la jefa había salido así que aprovechó para ponerse los cascos.
Sería su nuevo peinado o el comienzo de la primavera, Sandra no dejaba de pensar que esta vez le había mirado. Atolondrada por su éxito cruzó la calle.
La gente de la oficina se había agolpado en la ventana. Se acercó a mirar, apenas se veía lo que estaba pasando. Salió a la calle movido por una morbosidad enfermiza. Allí con el café derramado en su vestido y una leve sonrisa en su cara desfigurada, Sandra era objeto de inútiles reanimaciones.
Al verla se fijó en su nuevo peinado, lástima era una chica demasiado joven para morir. Los pensamientos se agolpaban de nuevo en su cabeza, lo efímero, la incertidumbre, el abandono, la tristeza, la emoción…
Comentarios
ya veo que no perdistes el nombre...